Desde pequeña he vivido en la guerra. No sé lo que significa vivir en paz. Cuando tenía 11 años, fui violada por un miembro de un grupo armado. Iba de camino a la escuela cuando descubrí que el colegio estaba cerrado por ese día. Así que tuve que volver sola a mi casa. Cuando ya estaba casi en casa se me acercaron unos hombres. Empezaron a acosarme, hasta que finalmente, uno de ellos me violó. Ese fue el día en que todo cambió. Nunca olvidaré ningún olor, sonido y sensación de ese momento. Todo se repite en mi cabeza cada vez que cierro los ojos. Me paso días sin dormir.
Luego, a los 13 años, como si la vida no fuera ya lo suficientemente dura, me violaron varios hombres. Esta vez terminé embarazada. Mi cuerpo y mi alma están llenos de huellas y cicatrices que me recuerdan cada día lo que tuve que vivir durante el conflicto. Estas son algunas de mis cicatrices.
Fotos por Casper te Riele
La cicatriz de mi cara fue causada por un machete. Después de que abusaran de mí sexualmente, me enviaron a vivir con mi tía. Ella me quería y me cuidaba. Pero, un día, cuando volví a la casa, vi que estaba en llamas. Pude oír los gritos de mi tía mientras estaba atrapada dentro de la casa en llamas. Mi cerebro generó una respuesta inmediata para escapar. Empecé a correr y a gritar. No podía soportar otra forma de abuso o violencia. Cuando el grupo armado me vio correr, pensó que iba a llamar a la policía. Así que vinieron por mí. Intentaron cortarme la cabeza con el machete, pero no lo consiguieron y me cortaron la nariz.
Con la cara sangrando seguí corriendo. Decidí que sólo tenía dos opciones: O escapaba o me mataban. No iba a permitir que volvieran a abusar de mí. Me cortaron el brazo intentando apuñalarme.
Estaba corriendo tan rápido que no pudieron alcanzarme con el machete, así que decidieron dispararme. Me dieron en el brazo y en la pierna. Ni siquiera en ese momento dejé de correr. Físicamente, escapé de la muerte, pero el trauma y el dolor siguen persiguiéndome para siempre.
La bala que debía matarme sigue dentro de mi pierna. Es un recordatorio constante de que no debería estar aquí.
Los años de trauma y los múltiples abusos, me provocaron múltiples problemas psicológicos. Como resultado de los abusos y las heridas del conflicto, me quedó un trastorno de estrés postraumático que me llevó a la esquizofrenia, la ansiedad y la depresión. Tomo varios medicamentos para convivir con mis trastornos. Sin embargo, incluso con los medicamentos hay días en los que no quiero vivir. Mi cuerpo está ahora cubierto de cicatrices que yo misma me hice tratando de escapar de este por que a veces es imposible de habitarlo.
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